El ritmo y las exigencias de la vida cotidiana, nuestra vida de relación, las pérdidas de personas queridas, la inestabilidad de la vida laboral, etc. nos pueden crear altibajos emocionales y pueden interferir en nuestro pensamiento y en nuestra conducta.
La mayoría de las veces nosotros mismos y contando con la ayuda de nuestro entorno conseguimos superar el efecto de estas circunstancias e incluso esta superación nos permite crecer, nos permite fortalecernos, forma parte de nuestra maduración como personas.
Sin embargo, a veces, aquello que nos afecta nos invade y nos impide encontrar salidas y soluciones adecuadas y nos impone la necesidad de pedir ayuda con el fin de detener el malestar creciente.
Otras veces, debido a factores de nuestra constitución biológica, de los efectos o peculiaridades psicológicas o a nuestra realidad social o, lo más frecuente, a una combinación de los tres factores, pueden originarse enfermedades mentales que en diferente grado e intensidad afectan a las personas y producir problemas en el funcionamiento psíquico de los afectados, alterando y estropeando su vida en relación con él mismo y con las personas que lo rodean, la percepción de la realidad o la posibilidad de sostener actividades satisfactorias.
La enfermedad mental tiene que tratarse tomando en consideración todos los aspectos implicados, teniendo como eje central aquello que constituye la persona, para que estropee el mínimo posible las posibilidades de vivir y convivir de manera normalizada y con el objetivo de no perder o de recuperar la inserción en la sociedad con la mejor calidad de vida según las expectativas de la propia persona.